Juan Manuel Mannarino
Y siga, siga el baile.
Tres noches de euforia a grito limpio de sapucai
Las bailantas más grandes del país brillaron en Federal, en otra edición del Festival Nacional de Chamamé, un imperdible de la región.
“¿Se acuerdan de Pedro Canoero que mecía el alma?”, arenga el locutor al público, que cálidamente aplaude la entrada de Teresa Parodi en el escenario Ernesto Montiel. No es sino minutos más tarde que acontece la revelación. “Me dicen que está Vargas en la platea…no lo puedo creer”, se sorprende Teresa cuando Salvador Vargas, el tropero que inspiró a Antonio Tarragó Ros y Teresa Parodi a componer el tema “El cielo del albañil”, se pone de pie y levanta los brazos ataviado con un refulgente poncho rojo mientras algunas personas se acercan para una selfie.
“Hablando pocas palabras lo he visto a Vargas/Quedarse así de cuclillas mirando lejos Cercado entre el hormigón no encuentra su cielo aquí/ De balde lo está buscando entre tanto gris”. Visiblemente emocionada, con una impecable performance después de un reciente problema de salud, Teresa Parodi termina su show en la segunda noche de la 47 edición del Festival Nacional Federal Chamamé, al norte de Entre Ríos, y el locutor vuelve al escenario para anunciarle otra sorpresa: la entrega del premio “Cachencho de Bronce”, el máximo galardón, aquel que recibieran Isaco Abitbol, Raúl Barboza, Mario Bofill y Monchito Merlo, entre otros popes del chamamé. “No soy chamamecera, compongo y canto chamamé, que es diferente. La fuerza de esta música es algo religioso, un universo sonoro popular que se siente en el alma”, dirá entre bambalinas una de las artífices de la canción litoraleña, que además de manifestar una filiación centrípeta con el chamamé, se emparenta con otros ritmos como rasguido doble, galopa, guarania, vals, chamarrita y milonga.
Postal del público en los alrededores del escenario Ernesto Montiel, durante la fiesta folclórica. Foto: Laureno Barrera
Bajo la misma tónica de otros festivales folklóricos de este verano, en los cuales se recuperó el encuentro presencial y el abrazo, en Federal brillaron las bailantas chamameceras, a pocas cuadras del escenario central, consideradas como las más grandes del país. Como suele ocurrir en Cosquín, lo que sucede alrededor de los números principales de música es tan protagónico que existen grupos que permanecen en los campings y en las pistas de calle de tierra, entre rondas de mate, empanadas y vino. Y en una imagen espejada a la Fiesta Nacional del Chamamé en Corrientes, cada grupo que se acomoda en la platea -a la celebración nunca se llega solo- elige un lugar no sin antes desplegar reposerás y abrir las heladeritas que proveen hasta jugo fresco para el tereré. Nada parece importar más que estar bien comido y bebido antes que por el escenario Ernesto Montiel aparezcan las primeras bandas, la mayoría pequeñas formaciones de conjuntos vocales, guitarreros, acordeonistas y bandoneonistas bajo el sonido tradicional chamamecero.
Todo festival necesita de los consagrados y los tradicionales pero también de sorpresas y novedades. De invitados como Rally Barrionuevo, que sonó con un torrente de chacareras y zambas -con buena aceptación general- entre un mar de chamamés. Entre los primeros, el Monchito Merlo demostró su carisma para cautivar a un público fervoroso pese a un diluvio que suspendió la primera jornada, en un show épico que mezcló lo pagano con lo sagrado -en el Litoral, las creencias parecen convivir en cuerpo y alma: el Gauchito Gil con la Virgen de Guadalupe, San la Muerte con la Virgen de Itatí-.
Raúl Barboza.
Nombres como Miguel Figueroa, Los de Imaguaré, Bocha Sheridan y Juancito Guenaga y su Conjunto expresaron regionalismo y grito fuerte de sapucai en una audiencia que si bien se encendió al calor de los toques fuertes y los recitados altisonantes, se mostró receptiva y tolerante a otras búsquedas expresivas, como la notable actuación de la Orquesta De Costa a Costa, un grupo entrerriano que rescató a Abelardo Dimotta, célebre compositor de la música litoraleña, algo opacado por el canon chamamecero como otros compositores fundamentales de la talla de José Ramón Maciel Varela, Aníbal Maldonado, Remo Pignoni y Edgar Romero Maciel.
A cien años de su nacimiento, el nombre de Dimotta se escuchó en Federal más que el de Tránsito Cocomarola o Tarragó Ros, con temas insignia como “Causa entrerriana”, “El carretel” y “Triste motivo”. Fue el Chango Spasiuk quien también evocó la grandeza de su música cuando en su concierto se cortó el sonido por el temporal, y junto a un nutrido grupo de acordeonistas locales tocaron a Dimotta a “grito pelado”, evocando una emoción coral unplugged en otro de los momentos más conmovedores del festival.
“La transimisión del chamamé es oral, de generación en generación”, dijo el Chango, que pidió por una nueva conciencia ambiental y el freno de los desmontes, tocando una balada camarística “porque no podemos sólo tener chamamés alegres”. Los diferentes tipos de chamamé, en efecto, dominaron la escena, que esta vez no contó con tantos gualambaos de Ramón Ayala ni polcas ni chotis ni cruces latinoamericanos -salvo el canto en portugués de Gicela Méndez Ribeiro-: chamamés más imponentes, otros tristes y melancólicos, algunos un tanto acompasados y la minoría de un chamamé estilizado al estilo de Raúl Barboza y de ausentes como Carlos Negro Aguirre, Jorge Fandermole o Coqui Ortiz.
Brillaron los Núñez con su estela sofisticada bajo el legado de Nini y Rudi Flores, así como también el joven Santiago Torres. La fuerza arrolladora de Tolato Trío, un power trío capaz de hacer vibrar hasta el más dormido de los plateístas. Las voces de Patricia Gómez, Marcia Múller y Gicela Méndez Ribeiro, sólidas singularidades con años de trayectoria en la interpretación femenina del chamamé; y el talento de Nico Cardozo y su trío, con un futuro de proyección internacional.
El aire de familiaridad no desapareció en las tres lunas, que prescindió de números grandes como Mario Bofill, Los Nocheros o Soledad. “El chamamé acostumbraba a ser un ámbito cerrado, pero ahora adopta nuevos rostros”, comentó un programador detrás de bambalinas y la referencia no pareció menor: grupos como Los Majestuosos del Chamamé se presentaron por primera vez, a predio casi repleto, cuando otrora eran rechazados por su repertorio no tan convencional.
La presentación de Raúl Barboza -“toqué en el primer festival, en 1976, cuando tenía pelo negro”-, embajador internacional del chamamé, fue signo de prestigio. Con su estupenda banda volvió a demostrar que el chamamé no es algo uniforme sino algo de una belleza estilística y una complejidad rítmica que hipnotiza. Basta haber presenciado a los plateístas embelesados con su clásico “Tren Expreso”, transmitiendo lo auténtico de una cultura guaraní que, pese a la pérdida inexorable de su lenguaje, resiste con sonido moderno como un estandarte de cómo sobreviven las raíces en el mundo contemporáneo.
En Federal el acordeón resplandeció como rey indiscutido del género en su celebración postergada con el público tras la declaración de Patrimonio Cultural de la Humanidad. “Chamamé, nuestra música guaraní”, como dijo un locutor en la apertura. Esa musiquita, al decir de Teresa Parodi, que se disfruta en la sensualidad del ritmo chamamecero, clásico y moderno. Y ahora, con el reconocimiento de la Unesco, el aroma guaraní derribó fronteras y se ha convertido, más que nunca, en una experiencia universal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario