Otra vez como el año pasado, la sede del partido final estuvo en duda, en esta oportunidad por el conflicto social desencadenado en Chile.
Quien no tenía dudas era Marcos; él tenía que volver a ser testigo presencial del partido definitorio que jugara su equipo. Sea en Paraguay, en Colombia, o en donde se reprograme la sede del partido, él tenía que estar.
Y llegó a Lima después de 38 horas de viaje desde Federal, de donde salió el miércoles 20, a las 10 de la mañana.
Del aeropuerto de Ezeiza voló a Santiago de Chile. El itinerario de vuelos indicaba que de Santiago tenía que trasladarse hasta Arica -en el norte de Chile-. A partir de ahí, recorrió, en colectivo el trayecto hasta Tanga -en la frontera con Perú- y hacia Arequipa (este último viaje en micro -sin aire acondicionado y con 40º de calor- le demandó 7 horas); y finalmente, el último tramo nuevamente en avión hasta Lima adonde llegó a las 12 de la noche del jueves 21.
Se reencontró con un amigo oriundo de Bariloche -cuya amistad se entabló en diciembre del año pasado en Madrid-; y compartió el viaje y la aventura de ser parte de la hinchada de River en Lima con compatriotas que se trasladaron desde Mendoza y Buenos Aires.
La entrada, que le costó 80 dólares, la compró por Internet, «gracias a un amigo que no pudo viajar, y me pasó el código pin». «El papel físicio», contó Marcos sobre la posesión del boleto para entrar al estadio, lo retiró el día previo al partido.
La vuelta, poco importa cómo será, tiene una escala de vuelo en Santiago de Chile hasta Buenos Aires.
La experiencia vivida por un hincha de fútbol se la puede contar, pero la pasión no tiene explicación.
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